"¿Qué es un espíritu cultivado? Es el que puede mirar las cosas desde muchos puntos de vista." Henry F. Amiel

Víctor Feu

Cada ser vivo u objeto de la tierra no es más que miles de mundos vistos desde cien puntos de vista.

La conversación sobre “¿Qué es un árbol?”, más que aclarar dudas, plantea demasiados interrogantes. Mientras releía la conversación, me iba desconcertando más todavía. No era capaz de encontrar el sentido a los enlaces entre las distintas teorías. Quizá la hipótesis para conocer los objetos que nos ofrece Platón tiene un punto de vista más científico, basando todas sus afirmaciones en los datos sensoriales obtenidos del árbol, por lo que claramente busca apoyo en el Biólogo, para así sentar las bases de su teoría en la definición científica de árbol, que abarca a todos los especímenes del planeta con las mismas características. No he sido capaz de encontrar pegas a la exposición de los primeros personajes; habían descrito al árbol de una manera nada subjetiva y aplicando la relación “caso particular-definición universal” de manera prefecta.

Pero entonces entra en juego Descartes, poniendo de manifiesto la dudosa fidelidad de la visión que nos dan los sentidos del mundo y achacando esta deficiencia a un supuesto geniecillo maligno que podría vivir en nuestras cabezas incitándonos a equivocarnos a la hora de percibir las cosas, pero luego rehúsa esta idea basándose en que Dios es perfecto y es incapaz de darnos la vida para hacernos partícipes de un juego loco. Pero Descartes también ofrece los principios innatos del ser humano como manera para completar los conocimientos que tenemos sobre el árbol. A mí me cuesta creer la existencia del geniecillo maligno y la teoría de Descartes me parece demasiado basada en dogmas religiosos debido a la época en que fue concebida, pero luego aparece Kant, que en mi opinión, arroja un poco de luz sobre el asunto, tomando como ciertos los datos que obtenemos por los sentidos según Descartes, desechando los principios innatos que planteaba y ofreciendo el concepto de “la cosa en mí-la cosa en sí”, diferenciando entre lo que percibimos y lo que de veras existe.

Tras esto, aparece Heidegger, que cuestiona la autoridad de la ciencia para comprobar qué es o no verdadero, y ofreciendo lo que yo he entendido como una ampliación de la teoría de Kant, aplicando quizá los conceptos que por último hace el poeta atribuyendo el valor sentimental que pudiera tener cualquier objeto.

Por último contamos con la visión del poeta, que nos descubre otro punto de vista más sobre qué es el árbol o qué son las cosas, sin centrarse tanto en las definiciones propias del árbol como en las sensaciones que nos abarcan al mirarlo, o el escalofrío que nos recorre la espalda al entrar en contacto con la naturaleza. La visión del poeta es puramente subjetiva, nos muestra sus sentimientos en cuanto al árbol y a la vez lo define, pues, usando figuras literarias y embelleciendo el lenguaje nos habla de sus raíces como si fueran los pies de alguien o unos tentáculos. Sin duda alguna, ninguna de las definiciones aportadas anteriormente ni ningún punto de vista de los anteriores personajes que participan en la conversación podrían compararse a la definición que puede hacer un poeta de las cosas. Nadie más, excepto Heidegger, ha sido capaz de sacar el valor sentimental de las cosas, o aquello que te provocan o te hacen sentir las cosas. Sin embargo esta visión de las cosas, a pesar de que no es el punto de vista desde el cual sacamos la definición universal de todo, nos dice más acerca del autor, o acerca del propio árbol y lo que nos puede inspirar. Por ejemplo, si quisiéramos explicarle a una persona ciega cómo es un color, lo único que podríamos decir serían las sensaciones que provocan ese color.

Yo pienso que las cosas, para que podamos interactuar con ellas deben estar ahí. Ahora bien, quizá suponer eso sea demasiado precipitado. Esta idea del diálogo me hace reflexionar bastante:

“¿Se extiende el prado como vivencia en el alma o sobre la tierra?”

¿Existe todo lo que percibimos o simplemente está en nuestra cabeza? A veces simplemente me planteo si todos somos como esquizofrénicos que ven la vida como su subconsciente quiere que la vean, asignando a cada persona con la que hablamos un rol dentro de una historia inventada. Ese caso sería terrorífico ¿Somos esclavos de nosotros mismos? ¿Somos marionetas con los hilos en las manos?

En los momentos de mayor optimismo incluso soy capaz de creer que el mundo de veras existe, y que al igual que nosotros disfrutamos y sufrimos con nuestra vida, cada persona de todos los millones que pueblan el planeta está experimentando algo diferente, en un caos de pensamientos y sensaciones, y que las cosas de veras están ahí, fuera de mi mente, ocupando un lugar en el espacio, y que a mí me llega un resquicio de eso que está ahí, lo interpreto y puedo obtener mi propia visión de ello. Yo explicaría cómo son las cosas siguiendo la guía que nos propone Kant, pero con parte de los pensamientos que aporta el poeta. Personalmente, sería incapaz de dar una definición de cómo son las cosas sin incorporar algún detalle subjetivo. Por ejemplo, si tuviera que describir el árbol, extraería las informaciones obtenidas por los sentidos e intentaría diferenciar en como veo el árbol dentro de mí y cómo es realmente el árbol, o qué sentimientos provoca en mí cuando veo el color rosado de sus flores.

No todas las cosas pueden ser definidas siguiendo unos criterios científicos, de hecho, los científicos afirman que las sensaciones más fuertes, como el amor, no son más que reacciones químicas en nuestro cerebro que producen sustancias y nos guían hacia lo que nos hace sentir bien. Aun así apostaría a que ni siquiera ellos comprenden cómo es posible que se pueda enamorar la gente, una vez les haya sucedido a ellos mismos, es decir, por más que fueran capaces de explicar el suceso, no podrían explicar qué es lo que les mueve a sentirlo o cómo lo sienten.

Cada árbol, cada estrella, cada color, o cada relación entre dos personas tienen matices que hacen que sean únicos y a la vez indefinibles. En cierto momento dado podrías decir que una estrella es roja, pero tal vez, en otras circunstancias astrales, se vuelva verde. También podemos decir que por algunas personas sientes amor un día, y al día siguiente la odias, o simplemente eres incapaz de definir qué tipo de relación os une o que sientes en torno a ello.

¿Las cosas son las mismas en mí y en sí? Soy incapaz de responder a esa pregunta, si el mundo es diferente a como se me presenta yo no lo puedo saber. ¿La realidad del mundo es cómo lo veo yo o cómo lo ve un perro?

¿Qué son las cosas? ¿Y qué somos nosotros? ¿De verdad formamos parte de un mundo del que no podemos obtener toda la información que nos gustaría? Si el mundo de verdad existe y está ahí fuera, deberíamos percatarnos de por qué y cómo ocurre todo, pensando, claro está, y reflexionando, pero también viviendo y sintiendo las cosas, para descubrir cómo son las cosas para mí y qué me hacen sentir, porque quizá nunca llegaré a saber cómo son en realidad.

1 comentario:

  1. Hay un seguimiento ordenado del diálogo, aportando en cada caso su visión intelectual más honesta y espontánea. El recorrido le lleva por el camino de Heidegger, Kant y el poeta. Luego se ofusca enredado en las razones de unos y otros, la filosofía lo marea, ya no ve bien, y varias veces “se queja” de esa turbación. Le invade la luz crepuscular del pensamiento, donde las cosas son ambiguas entre el ser y el no ser. El sentido de sus palabras al final se extenúa y desorienta. Siente una luz, al fondo de la caverna, pero por más que camina, sabe que no llegará, y aún así, llama a la vigilancia, a la propia necesidad de seguir caminando hacia la salida. Contrasta así la frialdad inicial de su análisis con la sugerencia emotiva del fin, donde se le oye, enterrado entre razones, el corazón.

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