"¿Qué es un espíritu cultivado? Es el que puede mirar las cosas desde muchos puntos de vista." Henry F. Amiel

LECTURA FRENTE A UN ÁRBOL

DIÁLOGO FRENTE A UN ÁRBOL
Platón: Yo, Platón, creo que para saber qué es este ser que tenemos aquí delante, debemos, en primer lugar, observar sus características físicas, lo que percibimos por los sentidos, y luego buscar los puntos en común con los otros árboles, para descubrir así el  concepto que lo define. Si el concepto es, por ejemplo, “ser vivo vegetal de cierta altura y tronco ancho”, vemos que tal definición es adecuada no sólo a este árbol, sino a todos. La definición es como un molde en el que encajan todos los árboles. La definición es pues universal mientras que este árbol es particular; la definición permanecerá pero éste árbol morirá; y además, la definición es algo metafísico, que capto mediante la razón, mientras que a este árbol lo veo con los ojos. Hay pues, una diferencia enorme entre este árbol y su verdad: veo el árbol pero su verdad la razono. Por tanto me he dado cuenta de que los árboles particulares son meras copias, sombras, que participan de su definición solamente el tiempo que están vivos. Cuando este árbol muera abandonará su verdad, su esencia, ya no será árbol, porque la esencia, la verdad de este árbol, no está en él, sino en su definición intelectual. Quien se quede sólo en las imágenes físicas no comprenderá nunca la verdad del árbol.¡Este árbol es sólo una sombra mortal que participa de la Idea inmortal de árbol!

Biólogo: Perdonen, yo, como biólogo, puedo decirles lo que la ciencia sabe del árbol. Un árbol es una planta perenne (vive durante más de dos años), de tronco leñoso, que se ramifica a cierta altura del suelo. Son plantas cuya altura supera los 6 m. en su madurez, y producen ramas secundarias nuevas cada año. A diferencia de los arbustos, parten de un único fuste o tronco, dando lugar a una copa separada del suelo. El árbol percibe las condiciones climatológicas como el calor y el frío, y puede sufrir sed si el terreno sobre el que crece no le es favorable. Los movimientos que tienen son provocados solamente por el viento y su crecimiento.

Platón: De acuerdo con usted, señor Biólogo. Ven, señores, lo que yo les decía. A partir de los datos sensoriales, miren cómo hemos podido elevarnos a estos conceptos que nos permiten saber qué son los árboles.

Descartes: Bueno, bueno, me llamo René Descartes, yo he pensado mucho lo que usted, señor Platón, ha dicho. Por un lado dice que debemos basarnos en los sentidos para llegar al concepto de árbol. Sin embargo…, analizando los datos sensoriales…, pues, qué quiere que le diga, no son de fiar. Con frecuencia los sentidos nos engañan. Quizá, así como en los sueños creemos vivir la realidad, pero se trata de imágenes mentales, también eso mismo nos ocurre ante este árbol. ¿No han pensado ustedes que tal vez, exista alguna mente malvada, un geniecillo maligno que nos tiene hechizados? Yo he dudado: ¿y si todo fuera como un sueño? ¿Y si ni siquiera existe eso que creo ver y llamo árbol? ¿No será sólo el producto fantasioso de mis sentidos?  Pero ¿tenemos además de los sentidos otra manera  de conocer el árbol? Sí, creo que poseemos en nuestra mente ciertos principios lógicos innatos, principios no contaminados por los sentidos, y tal vez esos principios nos acerquen mejor a la verdad del árbol. Pero, también dudé: ¿y si ese genio maligno puso en nuestras cabezas tales principios para confundirnos? Bueno, esto pensé, y luego me consolé. Yo creo en un Dios creador del mundo ¿saben?, en un dios perfecto que ha creado un mundo racional, un mundo que podemos conocer. Así que no, -me dije-, Dios es bueno, él no puede querer semejante confusión. No puede ser tan perverso que nos haya dado vida para ser marionetas de sus juegos locos. Lo que yo veo quizá sea engañoso, pero mis ideas matemáticas y lógicas, lo que yo razono, eso seguro que se corresponde con el árbol de la realidad. Un dios bueno no puede querer que yo esté engañado. ¿Para qué entonces estamos dotados de razón si no es para captar la verdad de la naturaleza?

Kant: Buenos días, yo soy Inmanuel Kant.  De acuerdo con usted, señor Descartes, en que poseemos principios lógicos innatos, pero a diferencia de usted, yo no creo que esos principios nos sirvan para conocer cómo es el árbol en sí mismo, más bien creo que sólo podemos aplicarlos a los datos sensoriales del árbol, no al árbol mismo. Qué sea este ser en sí mismo es algo que no podemos saber, ya que no podemos alcanzar una visión directa del árbol al margen de la percepción limitada de nuestros sentidos. Creer que podemos saber cómo son las cosas en sí mismas…qué soberbia, eso es dogmatismo: la ingenuidad de creer que conocemos la verdad en sí de las cosas. Sé de éste ser en mí, sé cómo aparece en mi representación sensorial, pero ya está, ese es el límite. Vemos los troncos, su forma, su modo de crecer, luego le aplicamos nuestros conceptos. En realidad, sólo veo el árbol que construyen mis sentidos  (color verde, hojas cónicas, ramificaciones marrones…), datos que luego ordena mi mente según sus propias leyes y conceptos (concepto de ser vivo, de vegetal…).  Todo nuestro supuesto conocimiento del árbol se construye a partir del árbol percibido, pero el árbol percibido no es el árbol real. Sólo conozco el mundo que registran mis sentidos y elabora mi mente. El árbol que hay en mi conciencia es el único árbol que conozco. La verdad, no sé si el árbol que veo y pienso tiene algo que ver con eso que está ahí delante.


Heidegger: Buenos días. Si no les importa me gustaría decir algo. Mi nombre es Heidegger. Según lo que ustedes explican, me surgen ciertas preguntas. A ver: el árbol y nosotros nos presentamos uno al otro, por estar el árbol ahí y nosotros frente a él. Esto sí, para el juicio científico sigue siendo el asunto más insignificante del mundo el que cualquiera de nosotros haya estado alguna vez frente a un árbol. ¿Qué tiene de particular?


Biólogo: Claro, ¿qué tiene de particular? Estos filósofos no hacen más que perder el tiempo con embrollos del lenguaje.

Heidegger: Perdone, señor biólogo, no he terminado. Yo creo que los científicos, y también los filósofos como ustedes, señor Platón, señor Descartes y señor Kant, sí, creo que ustedes nos hacen pensar en el árbol, nos llevan a razonar sobre él, pero ¿es éste el único modo que tenemos de tratar con el árbol? ¿Dónde transcurre este estar nosotros frente y delante de un árbol? ¿Acaso en nuestra cabeza? ¿Está el árbol “en la conciencia” o está en el prado? ¿Se extiende el prado como vivencia en el alma o sobre la tierra? ¿Está la tierra en nuestra cabeza o estamos nosotros en la tierra? Para todo el mundo es más claro que la luz del día que nosotros estamos en la tierra y frente a un árbol. Mas no nos precipitemos demasiado al hacer esta concesión y no tomemos demasiado a la ligera lo que parece más claro que la luz del día.

Kant: En efecto, no demos eso por sentado.

Biólogo: Cierto, la ciencia ha descubierto todo un mundo misterioso ahí dentro del árbol. Las ciencias de la física nos explican que propiamente no percibimos ahí ningún árbol, sino en realidad grandes intervalos de cargas eléctricas que circulan a enormes velocidades. La ciencia es quien dictamina cuales cosas del árbol pueden tenerse por realidad y cuáles no.

Heidegger: Así es, pero ¿con qué derecho se toman las ciencias, las atribuciones para emitir semejantes juicios?

Biólogo: Oiga usted, que la ciencia es el conocimiento mayor que ha alcanzado el ser humano.

Heidegger: Pero ¿de dónde les viene a las ciencias el derecho de determinar lo que es la realidad y lo que no lo es?  La verdad es que actualmente estamos más bien inclinados a repudiar el árbol  natural con el que tratamos cada día, en favor de ese otro árbol que vemos por los documentales, un árbol científico que es diferente al de mi trato personal con él.

Biólogo: Pero mire… los árboles son tal y como la ciencia los define.

Platón: Perdone, señor Biólogo, no dejo de notar en usted cierta arrogancia. ¿puede dejar al señor Heidegger que termine, por favor?

Heideggger: Gracias. Ya termino. Lo que quiero decir es que el árbol no es sólo un objeto de mis razones lógicas, es un ser con el que convivo, con el que me relaciono a través de los ojos, el pensamiento y el corazón. Un árbol puede ser el cobijo donde alguien estuvo con su novia un día, y para esa persona tendrá un valor afectivo del que la ciencia poco sabe decir. El árbol puede ser el árbol querido que tantas veces vine a pintar aquí, durante mañanas enteras, y también tendrá para mí otro valor, como misterio para mi arte. En fin, las cosas no se reducen a sus definiciones científicas o filosóficas sino que entran en nuestras vivencias, son seres a los que amo, o a los que odio, con los que vivo, sufro o río; son mucho más que razones. ¿Qué sabemos en realidad de este ser? No dejamos de volcar sobre él todo tipo de conceptos y descripciones, pero… él parece tan indiferente a todo eso, parece como si fuera algo más sencillo, y al mismo tiempo más enigmático.


Un poeta: Bueno, atendiendo a lo que dice usted, señor Heidegger, quizá pueda yo aportar otra mirada. Mi nombre personal no importa. Baste con que sepan que soy poeta. Yo creo lo que un poeta antiguo dijo: que los hombres son mendigos cuando reflexionan y son dioses cuando sueñan. Permítanme que les recite un poema que escribí hace tiempo sobre los árboles. Acaso estas palabras descubran un nuevo modo de sentirlos.

Un árbol es un signo viviente de admiración, que a base de resistir, durante años,  rayos de lluvia y abrazos de viento, se fue endureciendo, y siguió clamando por lo bajo con secretas raíces a la muerte.
Los árboles son los brazos alzados de la tierra, detenidos en un ansia de abarcar el firmamento, igual que los brazos del niño a su madre nada más nacer. Estas flores gigantes comenzaron a implorar al sol hace trescientos ochenta millones de cielos. Ellos constituyen, junto a las montañas, la resignación de la tierra, su absoluta aceptación del destino.
Qué noble entereza; su humildad entraña un pleno cumplimiento de su vida. Presiente por los pies lo que enterró el otoño, humus de flores difuntas, esqueletos de insectos, briznas de antiguas mariposas, prados sepultados a golpes de aguas y soles.
Los árboles son columnas entre el cielo y la tierra, las columnas del templo del bosque. Desde sus tentáculos enterrados brotan, surtiendo ramas hacia la libertad azul.  Ellos nos recuerdan que, si bien tenemos raíces y somos de un lugar, amamos lo ilimitado.
Junto a un gran árbol…, detenerse…,  abrazar su calor de padre, sentir que vamos creciendo con él,  que somos humanos árboles; que por nuestra savia sube, desde tiempo inmemorial, un chorro de luz verde abriéndose en miles de chorros sedientos de sol y gloria.
( se produce un silencio)

Kant: Amigo poeta, sus palabras nos dejan sin palabras.